Nuestra visión del mundo y la forma en que nos relacionamos con el entorno deberá cambiar, advertían desde todas las ideologías y militancias durante los meses más crudos de la pandemia. Como si al mundo lo hubieran reseteado, de un momento a otro, las noticias apagaron los misiles de Medio Oriente y lejos de los televisores se fue la guerra en Palestina, olvidamos por meses las fronteras, el precio del petróleo y funcionamos sin mayor tropiezo con bolsas de valores cerradas.
Ahora tenemos una lucha conjunta por la supervivencia humana, la única guerra posible “será contra el COVID y por la vida”, aseguraban los analistas. Lejos estábamos de esta verdad revelada; con el paso de los días cesaron las noticias escalofriantes que mostraban cientos de camiones cargados de ataúdes en Italia o la quema de muertos en las calles de Ecuador, desaparecieron los controles en las vías, se guardaron los tapetes, bajó la venta de alcohol para las manos y el tapabocas pasó a ser imposición, las focas y delfines dejaron de nadar por los canales de Venecia, los lobos volvieron a esconderse, habían vuelto los humanos.
Abrió el comercio, los deportistas pandémicos exigieron bares y discotecas, volvieron las reuniones familiares, paseos y comercios atiborrados, los ricos de siempre olvidaron su fragilidad y pasaron del “volveremos a abrazarnos” a la vieja confiable reforma tributaria y la creación de normas para hacernos devolver a los trabajadores la disminución en seguridad social de la que nos beneficiamos por 3 meses.
Así fue la realidad de un mundo que parece ajeno al Cauca, un Departamento al Sur de Colombia que sintetiza las principales apuestas del país, riquezas naturales y humanas inimaginables, pero olvidado históricamente por el Estado, allí no volvió la guerra, esta nunca se fue. Durante la pandemia aumentaron los asesinatos selectivos de líderes sociales, las masacres, los desplazamientos y todas las formas de conflicto; con las calles vacías el narcotráfico y el crimen se sintieron a gusto.
Las disidencias, carteles y otros delincuentes se reagruparon, repartieron terreno y cargaron sus armas para la balacera. Junto a la decidia y desinterés del Gobierno Nacional,encargado constitucional del orden público, invisibilizaron por meses la problemática, pero también la labor titánica de los gobiernos departamental y locales, que concentrados en arrebatarle vidas al COVID hicieron hasta lo imposible por adaptarse, ingeniaron alternativas para que los ciudadanos encerrados pudieran sobrevivir y que el impacto económico no fuera superior a la pandemia.
Con la promesa de la ciencia y la consecución de la vacuna, al mundo volvió la esperanza, a diario vemos conmovedoras escenas de personas que han ganado la batalla, la vacuna pareciera representar el puente de la victoria sobre la muerte, pero no así para el Cauca. Aquí, a pesar de los clamores institucionales y de las organizaciones, asistimos al show de un gobierno nacional indolente, que pareciera no tener intenciones de actuar contra el crimen y que en ocasiones pareciera privilegiarles su discurso electoral guerrerista. Asistimos a dos pandemias, la que nos impone el COVID y la que auspicia el gobierno junto a los criminales que andan sueltos; para el uno ya hay vacuna, para el otro seguiremos siendo el lugar por donde pasean funcionarios del orden central, donde viatica sin control el comisionado de paz y hasta almuerza el presidente, gastando el presupuesto de nuestros impuestos a dos manos, pero sin dar soluciones, recordándonos a diario que somos un territorio donde habita el olvido.