Obsolescencia Política ¿Alguna vez has sentido que te venden una promesa con fecha de vencimiento? Como un producto brillante, que en unos meses, quizás un año, estará obsoleto. Lo mismo ocurre con nuestros líderes: llegan con una fecha de caducidad que todos ignoramos hasta que es tarde.
La estrategia de la obsolescencia política programada
La obsolescencia programada, ese término que parece sacado de un manual técnico, es una estrategia que ha invadido nuestras vidas. Es cuando un fabricante decide, de manera premeditada, cuándo su producto dejará de funcionar, obligándonos a reemplazarlo antes de lo necesario. Este concepto, que hemos experimentado con nuestros teléfonos, electrodomésticos y otros dispositivos, es igualmente aplicable a nuestras vidas y, sorprendentemente, a nuestros gobiernos.
Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de cosas que sabemos tienen una vida útil limitada, pero ¿qué sucede cuando aplicamos esta lógica a quienes nos gobiernan? Los líderes, como esos dispositivos que alguna vez fueron novedosos y llenos de promesas, llegan al poder con un brillo que parece inquebrantable. Sin embargo, con el tiempo, sus discursos inspiradores se vuelven repetitivos, las promesas se desgastan, y lo que alguna vez fue innovador se transforma en obsoleto.
El desgaste del poder:
En el caso de los gobernantes, esta «obsolescencia» no solo es producto de las limitaciones naturales de los mandatos, sino de un ciclo de desgaste que comienza tan pronto como asumen el poder. La maquinaria del Estado, con su pesada burocracia, los intereses y la resistencia al cambio, actúa como una fuerza implacable que erosiona la energía y el idealismo que un líder trae consigo al asumir su cargo. Aquellos que alguna vez fueron percibidos como agentes de cambio, pronto se ven atrapados en un juego de supervivencia política, donde el objetivo deja de ser transformar y pasa a ser simplemente mantenerse a flote.
Pero ¿cómo llegamos a este punto? La obsolescencia de nuestros líderes no es solo un reflejo de las estructuras de poder, sino también de nuestra propia impaciencia como sociedad. Vivimos en una era de gratificación instantánea, donde se espera que los resultados sean inmediatos y las soluciones, rápidas. Sin embargo, gobernar es una tarea compleja que requiere tiempo, visión y, sobre todo, continuidad. Es aquí donde radica el problema: en nuestra búsqueda incesante de novedades, terminamos descartando a aquellos que podrían ofrecer soluciones sostenibles a largo plazo.
El ciclo vicioso de la política
Este ciclo vicioso no solo afecta a los gobernantes, sino también a la calidad de las políticas que se implementan. La presión por obtener resultados rápidos lleva a decisiones superficiales, a políticas que buscan satisfacer a corto plazo, pero que carecen de sustancia y visión a largo plazo. Esto, a su vez, perpetúa la insatisfacción de la sociedad, que pronto se cansa de la falta de resultados tangibles y vuelve a exigir un cambio de liderazgo, continuando así el ciclo de la obsolescencia.
La pregunta clave es: ¿Es posible romper este ciclo? ¿Podemos tener líderes que se mantengan vigentes, que evolucionen con las necesidades de la sociedad, y que no caigan en la trampa de la irrelevancia? Tal vez la respuesta esté en una comunicación más efectiva, en una gobernanza que realmente escuche y responda, y en una ciudadanía que entienda que el cambio profundo requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, continuidad.
Valorar la constancia sobre la novedad
Una sociedad que realmente aspire a un cambio significativo debe aprender a valorar la constancia y la resiliencia por encima de la novedad. Es necesario redefinir nuestras expectativas y entender que no todos los problemas tienen soluciones instantáneas. Los líderes que tienen la capacidad de adaptarse y evolucionar, de escuchar y aprender, son los que deberían mantenerse en el poder. Sin embargo, esto requiere un cambio de mentalidad, tanto en quienes gobiernan como en quienes son gobernados.
En última instancia, la obsolescencia en nuestros gobernantes es un reflejo de una sociedad que ha sido condicionada a buscar soluciones rápidas y sencillas a problemas complejos. Pero, al igual que con los productos que compramos, tal vez sea hora de reconsiderar este enfoque, de invertir en soluciones duraderas y de exigir una calidad y longevidad que vaya más allá del mandato de turno. Solo así podremos romper el ciclo y evitar que nuestros líderes se vuelvan obsoletos antes de tiempo.
Juan José Salamanca Villegas
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