Por: Álvaro Jesús Urbano Rojas
No pretendo al caído caerle, la moral cristiana enseña que hay que ser considerado y respetuoso con la adversidad ajena, pero tengo el deber moral de enmendar mi equívoco y clamar el perdón de la ciudadanía por promover un proyecto político fallido que defraudó la confianza de casi setenta mil electores. Máxime cuando por infortunios del destino, fui deshonrado al ser quien suscribió el documento de inscripción del entonces candidato ante la Registraduría Nacional del Estado Civil.
El Alcalde lo tuvo todo para erigirse como el líder del Cambio para Popayán, pero su inexperiencia y arrogancia malogró la oportunidad histórica de construir un proyecto de ciudad de grandes dimensiones, escenario ideal para destacar sus atributos como hombre de Estado, con imaginación y solvencia para construir caminos de convivencia pacífica, progreso, equidad y justicia, siendo merecedor de ceñir en sus sienes laureles de gloria con la dignidad suficiente para eternizar sus cenizas en el “Panteón de los Próceres“ donde se exaltan los restos de quienes dignifican nuestra historia como adalides del buen gobierno.
Oído y vencido en juicio con las reglas del debido proceso, le corresponde asumir con pundonor las consecuencias del fallo de la Procuraduría General de la Nación, sin victimizarse como perseguido político, ni acudir al cínico pataleo de interponer tutelas infructuosas o acciones nugatorias ante organismos internacionales con nefastas consecuencias para la estabilidad política de la ciudad.
Señor Alcalde, como ciudadano le suplico, acate el fallo de la Procuraduría y no alborote avisperos, movilizando los sectores populares que lo estiman por la inversión que hizo para atender sus necesidades básicas en cumplimiento de sus deberes como servidor Público; pasar cuentas de cobro para que aplaudan su gestión y exaltar “su infinita bondad”, es casi como rendir pleitesía o saltar de júbilo cuando un cajero electrónico nos dispensa el salario de nuestro trabajo, cobrándonos por administrar y lucrarse con nuestros caudales.
Como mandatario le faltó grandeza para aplacar sus detractores, ellos aprovecharon la inexperiencia del neófito gobernante para sitiarlo con su conciliábulo de inexpertos y un gabinete a la sombra que no dejó brillar por su egocentrismo, muchos abandonaron el barco pues no soportaron su estilo imperial que hizo flaquear la lealtad de sus más cercanos colaboradores.
Desacató el consejo de sus mayores e impuso su criterio para demostrar quién mandaba, divorciándose tempranamente de sus aliados y como timonel sin rumbo se abandonó a la suerte de malos vientos, encallando y desencallando para evadir tempestades, acumulando frustraciones en una estela de rotundos fracasos.
Nos engañó de manera ostensible, utilizó a Dios y a la Virgen María como garantía de pulcritud, celebró eucaristías en acción de gracias como parapeto para disimular sus culpas, se arropó bajo la sotana del señor Arzobispo, pero alejado de la espiritualidad en su afán de riqueza, renunció a la vocación de servidor público, dejando de lado los principios morales y éticos de la dignidad pública, abusó del poder para privilegiar intereses sórdidos. No honró la lealtad de sus amigos, los menospreció cuando se negaron a ser cómplices de sus fechorías.
Lo sentenció Maquiavelo en su Obra “El Príncipe”…” Ese príncipe, aparte de la Autoridad y la obediencia de su pueblo, tiene un mundo humano al que jamás debe mancillar, debe ante todo tener la virtud de entender que tiene límites en el ámbito político en el que ejerce su poder, y debe tener la suficiente solvencia para reconocer sus defectos. Debe actuar velando por no producir ni odio ni desprecio entre sus s
úbditos, vale decir, respetando sus bienes –propiedades e intereses- y manteniendo firmeza en sus decisiones y coherencia entre éstas y sus acciones. No es suficiente el freno jurídico, es el freno político la máxima garantía, la violación de estos preceptos produciría irremisiblemente el levantamiento de sus súbditos contra él, esto es, su expulsión del trono”.
Asumo mi responsabilidad y clamo con vehemencia sublime el perdón de Popayán por haber promovido un proyecto político que anquilosó la ciudad sumiéndola en un estado postrero de total desesperanza, ojalá los partidos que avalaron al Alcalde depuesto, no sean inferiores a su reivindicación con la ciudad ni ferien la terna con el mejor postor para favorecer los intereses perversos de la politiquería.